El Espíritu de Crónica
El 10 de noviembre de 1988 cuando Crónica cumplía un año de existencia, Francisco Pérez de Antón escribió un precioso artículo en el que explicaba las razones del nacimiento de la revista. A continuación reproducimos aquella columna donde quedaba al descubierto el espíritu que envolvía al proyecto:
Ventolera de noviembre
Francisco Pérez de Antón
Crónica, 10 de noviembre de 1988
"El periodismo, más que otra cosa, es un apetito por lo fugaz, un placer por lo efímero cuyo encanto reside en la mudanza de lo diverso. A menudo, sin embargo, los cambios son tan rápidos y los sucesos tan copiosos, que es difícil dibujar, sin abigarrarlo, ese gran telón de fondo que permite situar a los actores y la historia en un lugar y un tiempo precisos.
Basados en este conato de divagación, cierta noche de noviembre de 1986, cinco amigos nos reunimos con ánimo pentecostal y espíritu de parusía —noviembre, como se sabe, es un mes de ventoleras—, decididos a fundar un semanario que recogiera, en una crónica razonada, ordenada y concisa, la historia y la cultura de nuestro tiempo.
No queríamos ser presuntuosos. Lo que es más, sobre vino, queso y marañones, juramos no decir jamás que el semanario venía a llenar un vacío en el país, sino a abrir un nuevo espacio informativo, lo cual, además de misterioso y raro, servía para disimular antesuplidores y anunciantes el hecho de sacar a la calle un tipo de publicación que, hasta entonces, era considerada una especie de actividad superflua.
Tampoco éramos originales. Semanarios de todo el mundo habían venido utilizando nuestra fórmula fundacional durante los últimos 65 arios, tras descubrir que los hechos desnudos son en muchos casos herméticos e incapaces de explicar por sí mismos la realidad.
No se trataba, pues, de dar más noticias, ni de competir con los diarios, ni de descubrir la rueda, sino de enriquecer los hechos con un significado que no suele deducirse de la lectura de los mismos o que no cabe o escapa de la pura reseña informativa.EI propósito de nuestro semanario sería la noticia interpretada mediante una narrativa rica en antecedentes, referencias, perspectivas y opiniones, tanto mejor cuanto más diversas y disímiles fueran.
Pero si no éramos arrogantes, ni originales, ni sabios, éramos bastante ambiciosos. Nuestra revista aspiraba —casi nada— a interpretar la realidad del país con una metodología, un lenguaje y una estética diferentes.
Y algunas gotas de buen humor,pues, al cabo, lo divertido riñe con lo aburrido, pero no necesariamente con lo serio.Toda la cuestión consistía en cómo y
a quién contar toda esta historia.
Una experiencia común nos dio la clave. Siendo niños, aprendimos una historia de carácter heroico y legendario. Más tarde supimos de otra más real, donde los hechos diferían un tanto de las leyendas. Finalmente nos dijeron que la historia obedecía a una serie de causas que hasta ese momento ignorábamos. De todo lo cual concluimos que no era la información —la historia— tal cual lo que importaba, sino cómo interpretarla de la manera más honesta, coherente y objetiva.
Ahora bien, los seres humanos sólo podemos dar una opinión imparcial de las cosas que ni nos van ni nos vienen; de ahí que las opiniones demasiado objetivas carezcan de interés. En rigor, la única manera de alcanzar cierto de grado de objetividad no es pretendiendo que sean imparciales las personas, sino poniendo al alcance del lector todas las opiniones disponibles.
Lo que no significaba otra cosa que publicar cada semana la oferta política y cultural del país en una suerte de retablo donde se asomaran todos los intereses
y todos los valores que conviven en nuestra sociedad.
Así de insensata y botarate era nuestra ventolera. En cuanto al público lector que buscábamos, y a quien queríamos contar estas historias, sabíamos que era carnívoro, herbívoro, informívoro y poco más. Nuestra decisión, sin embargo, fue rápida: escribiríamos para la clase media y urbana del país, para ese estrato social cuyo peso específico es cada día mayor, para ese conjunto de hombres y mujeres que, en palabras de Larra, se ilustra lentamente, que ve la luz y que gusta de ella, pero que no siempre dispone del vehículo adecuado para hacerla suya.
Informar con propiedad a este grupo social, que es el sustento de la democracia y la libertad, nos parecía razón más que suficiente para superar el periodismo
de los hechos planos con una interpretación más honda de los mismos.
Hoy, al cumplirse un año de haber salido a la calle, la fórmula ha probado su validez. El hecho de mostrar, además, todas las caras del poliedro que conforman nuestra realidad sociopolítica, ha permitido que sea precisamente la objetividad el rasgo que, en opinión de los lectores, mejor define a este semanario. Su creciente difusión y popularidad evidencian, por otra parte, la aceptación de un medio cuyo único secreto consiste en entregar cada semana variedad en la unidad: aquélla para recoger la mudanza, lo efímero y lo aleatorio, ésta para retener lo esencial, que es la estructura, el talante y el estilo.
Pero, más allá de la racionalidad y las cábalas que durante casi un año llevamos a cabo religiosamente cada noche de jueves —machacando chix trix y marañones, y esperando, como los apóstoles, las lenguas de fuego arder sobre nuestras cabezas—, dominaba nuestras reflexiones un deje emotivo, fruto de la ventolera, supongo, y que acabaría por reflejarse en el formato y el nombre de la revista, un secreto que hoy me permito revelar por ser el día de su santo.
Sabido es que los mayas pintaban sus códices con tinta roja y negra y que las primeras noticias que en español se escribieron aquí llevaban el nombre de crónicas. Tal fue el simbolismo que, a diferencia de las llamas pentecostales, flotó siempre sobre nuestras cabezas y que quisimos de alguna forma plasmar en las páginas de este semanario. La misma alegoría, en realidad, que pone título a esta columna, la cual escribo siempre con anhelo de síntesis y palabra de encuentro sobre el aterciopelado papel donde se registró por siglos, en ideogramas y fonemas, la historia y la cultura de Guatemala".